La casa limpia
- Lina Marcela Castrillón Agudelo
- 4 may 2021
- 2 Min. de lectura
Todos los conceptos que tenemos nos han sido impuestos por la sociedad, la cultura, en nuestras familias y escuelas. Siempre nos formaron diciendo que las cosas deben quedar bien y este concepto me lleva a la siguiente pregunta: ¿cómo hacer las cosas bien y lograr que sean del agrado de los seres que me rodean?
Pensando en lo anterior, quisiera contarles la siguiente situación: he sido criada en una familia católica, con un padre pintor de brocha gorda y una madre ama de casa (más trabajadora que cualquiera), con dos hermanos juiciosos y responsables, honestos y completamente transparentes. Crecí en un barrio de clase media, donde todos los niños salíamos a jugar a las calles, en una escuela humilde y en otros colegios y sitios de educación superior, que me dieron la posibilidad de relacionarme con variedad de personas de las cuales aprendí mucho. Todos seres tan diversos y con unos conceptos completamente diferentes al mío de perfección y calidad. Y yo, un ser completamente diferente, que sentía que no encajaba en ninguno de estos espacios. Siempre en contra de las reglas y de las imposiciones. Viviendo una vida que sentía como ajena, aún así intentando agradar a todos ajustándome a sus estándares de calidad.
En algún momento me di cuenta que algo no estaba bien. Siempre fui una buena estudiante aunque “del montón”, podría decirse; teniendo muchas capacidades hacia solo lo necesario para cumplir. Entonces me di cuenta de que tenía que saber quién era yo para poder definir que esta bien y que no, en mi opinión, y que estos conceptos y estas acciones me hicieran sentir feliz.
Estoy en ese camino de reconocimiento y me he dado cuenta que cuento con un ego y una esencia. El ego es como mencionaba antes quien soy en base a lo que he aprendido externamente y que lo dicta mi nombre. La esencia es mi alma, mi espíritu, quien verdaderamente me define y la que tiene una misión y un propósito ya establecido antes de llegar a esta tierra.
Tome la decisión de escuchar la voz de mi esencia, de Dios en mi, para elegir que camino seguir y las actividades a realizar para lograr mis metas. En ocasiones las acciones no encajan con lo que los demás esperan de mí y ya no me siento culpable porque en realidad, son las que me han proporcionado momentos de felicidad.
Uno de los pilares de mi vida lo resume un aparte del libro de Miguel Ruiz “los cuatro acuerdos”: haz siempre tu máximo esfuerzo. Esto me invita cada día a dar lo mejor de mí en cada actividad que realizo, sea para mi bien o para el de los seres que me rodean. De esta manera siento satisfacción y bienestar en cada instante de mi vida y mientras más lo práctico siento que se cultiva en mí un hogar para mi Espíritu limpio, en paz y tranquilo.
Que se venga lo que tenga que venir que aquí estoy, con la frente en alto, llena de valor para encarar el aprendizaje que Dios tiene para mí cada día.

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